Adolfo Maldonado.

Médico, miembro de Acción Ecológica y cofundador de la Clínica Ambiental (http://www.clinicambiental.org/) en Ecuador.

Adolfo Maldonado –

Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE), el sufijo “ismo” tiene entre sus acepciones “formar sustantivos que suelen significar ‘doctrina’, ‘sistema’, ‘escuela’ o ‘movimiento’, así como ‘actitud’, ‘tendencia’ o ‘cualidad’…” y pone como ejemplos comunismo, socialismo, capitalismo, feminismo,… veganismo. En cada uno de esos ejemplos se pueden encontrar tendencias de distintas gamas de grises, desde las más radicales a las más tibias.

No existe palabra para nombrarlo

Sin embargo, no existe el masculinismo, directamente a éste se le denomina machismo que, como el nazismo, no incluye escala de grises, es extremo, violento y destructor del otro. Quizá por eso, por la falta de ese sustantivo, se ha empezado a hablar de “otras masculinidades”; como también se decía en los Foros Sociales que “otro mundo es posible”: un deseo que habla más de lo que no se quiere, lo existente, aunque no se sabe muy bien qué puede ser, no tiene forma y está por construir.

La palabra “masculinismo” no está incluida en el diccionario de la RAE, aunque desde hace más de un siglo es el término que se ha utilizado, en el mundo anglosajón, no como una forma de reconstruir la identidad masculina desde las “otras masculinidades”, sino como un proceso de confrontación con el feminismo, una especie de antifeminismo, actuando también como doctrina, sistema o movimiento.

El miedo al otro es una consecuencia de la pérdida de comunidad

Me siento ecologista, naturalista, humanista, animalista y con un claro compromiso social y comunitario, porque entiendo que todo ello reivindica y cuida la vida en sus sentidos más extensos y profundos; pero confieso que no me puedo definir como feminista. Primero porque creo que el sentido del feminismo, por lo menos el más visible, es de mujeres para mujeres, en ese sentido se autoconstruyó con un fuerte sentido de discriminación positiva, sin duda necesaria, pero que hoy puede rayar en nuevas formas de exclusión.

Yo mismo me he sentido discriminado en algún momento cuando, en nombre de la paridad de géneros, se me negó la palabra, cuando trataba de presentar los resultados de un estudio con la denuncia de 200 mujeres condenadas a muerte por cáncer en zonas petroleras, porque las glándulas desde las que hablo no son las adecuadas; se fuerza la representación, no por el contenido sino por las formas. Cuántas veces no se descalifica al hombre por el mero hecho de ser hombre, y su condición de violencia y abuso va implícita en esa exclusión.

Tengo un amigo encarcelado, un líder anti petrolero, señalado por una madre de haberle querido violar a su hija menor de edad. La acusación es claramente falsa, y sé que esa madre ha recibido ingentes recursos de la empresa petrolera por quitar del escenario a este líder, pero para los jueces que le juzgaron, bastó la acusación para que el delito fuese un hecho y la condena una realidad. Las empresas se valen de estas argucias para criminalizar la protesta justa, aprovechando el punitivismo confrontador del feminismo. He llegado al extremo de temer que una mujer se siente a mi lado en el bus, en los largos viajes a la Amazonía y, en un momento indeterminado, me acuse sin motivo de algún tipo de abuso.

Estos miedos, construidos en el otro, no son siquiera proporcionales a los que las mujeres han vivido cotidianamente durante siglos. Fleury (2010)[1] sostiene que están basados en la pérdida de relaciones familiares, al tomar distancia de las prácticas de solidaridad comunitarias, como consecuencia de la pérdida de formas tradicionales de protección social. La construcción del miedo en el otro, es consecuencia de la pérdida de comunidad y sus relaciones de protección interna.

No estamos acostumbrados a convivir en la diversidad

El feminismo, como principio de igualdad de derechos entre hombres y mujeres, no sólo es necesario, es urgente. Aunque el feminismo doctrinario o dogmático, desde su posición más radical, excluye a la mitad de la población mundial por razón biológica, convirtiéndola directamente en enemiga. ¿Un hombre puede ser feminista si el mismo sustantivo nos excluye? ¿Puede ser doctrinario feminista desde su exclusión, o liberal, tibio, o victimista?

En Ecuador, recientemente las feministas, con carácter despectivo, denominan como aliades a aquellos hombres que participan en las marchas feministas, argumentando que es una especie de postureo político de izquierdas, porque esos hombres son tan machistas como cualquier otro. Entiendo y asumo los lenguajes inclusivos, pero siento que se van volviendo excluyentes; quizás por eso tampoco entiendo por qué se les llama “aliades” y no “aliados” ¿Hay una crítica implícita desde ellas al colectivo LGTBIQ+ que hoy reconoce la existencia de 37 géneros?

No digo con esto que el feminismo radical deba moderarse, el derramamiento de vidas de miles de mujeres cada año en todas partes del mundo, y en ámbitos familiares, requiere de posiciones radicales que lo frenen. El comercio sexual que atrapa a cientos de millares de mujeres como víctimas, da una muestra de la condición de esclavitud selectiva que hasta hoy se mantiene. Las agresiones sistemáticas contra sus cuerpos, tanto en guerras como en situaciones de supuesta paz o por religión; las desigualdades laborales,… son ejemplos contundentes de que el poder y el privilegio, en manos de los hombres, nos están conduciendo a un camino sin salida, en el que el feminismo jugará un papel fundamental para el futuro de la humanidad.

Sin embargo, con la mayoría de los “ismos” pasa como con el comunismo: uno se puede identificar como tal, pero inmediatamente ha de ponerle el adjetivo, marxista, maoísta, trotskista, o socialista de Rosa Luxemburgo, socialdemócrata, o del Siglo XXI… Los sustantivos van perdiendo fuerza cuando requieren de adjetivos[2]: la democracia ahora debe ser democracia participativa, deliberativa, representativa; la ciencia, positivista o crítica; y, si bien en el arte pictórico cada tendencia (barroco, abstracto, hiperrealista,…) enriquece el conjunto, en el resto de ismos-doctrinas no se ha llegado a esas convivencias. Incluso entre los ecologistas estamos los radicales confrontados a los “verdes-grises”, los conservacionistas, etc.

Cada escuela que surge es una dentellada al concepto original y generan doctrinas o tendencias, dentro de cada una, que normalmente se confrontan y exigen en el otro una definición de posiciones. No estamos acostumbrados a la convivencia en la diversidad, cada vez que podemos nos erigimos en pretender construir superioridad y rompemos los puentes que relacionan las luchas. Esa confrontación también llegó al feminismo y, a veces, ese tránsito reparador que lleva a la víctima a reconocerse como sobreviviente y de ahí a su empoderamiento, muchas veces no llega a su destino y se queda lamiendo las heridas apenas en la primera etapa, o buscando una venganza desproporcionada, pasando de ser una fuerza transformadora a eliminadora como la que se pretende confrontar.

El cuidado: práctica fundamental para la construcción de un mundo de relaciones igualitarias

Hace unos meses, una paciente[3] con cáncer nos comentaba su indignación. Su marido, cuando se enteró de su padecimiento, decidió abandonarla y no ser parte del proceso de sanación. Le dijo que si no iba a poderle cuidar a él, ni tener relaciones sexuales con regularidad, y “encima tendría él que cuidarle a ella”, que se buscaría a otra mujer. El cuidado a mi parecer, sin haber profundizado en el tema, se convierte en un elemento central. El cuidado del cuerpo, de la familia, de la casa, de las relaciones, se convierte en eje para la revalorización y aprecio del otro, así como para la comprensión de ese otro mundo posible, con otras masculinidades.

El ejercicio del cuidado es de tal importancia, que hay quienes plantean que se debe profesionalizar, e incorporarlo así al capitalismo, aunque también hay quienes rehuyen de él con verdadera aversión, a pesar de que tras el cuidado está la pre-ocupación por el otro. Creo en ese ejercicio para la construcción de un mundo de relaciones igualitarias que trascienda los compartimentos estancos al que nos reducen las etiquetas.

La recuperación de la ternura como camino

Hace unos años, mientras nuestro hijo crecía, mi compañera de vida decía que ese niño había tenido mucha suerte porque había contado con dos madres. Mi ternura hacia él, único hijo, y mi profusión de cuidados no podían ser masculinos, tenía que ser una madre porque del padre sólo se espera violencia, imposición de normas y establecer un orden a seguir. Ese es parte del camino a experimentar de las “otras masculinidades”: el proceso de la ternura, del afecto no sexualizado y la generosidad del abrazo frecuente.

Una amiga[4] me contaba cómo su padre estaba intentando domesticar a una lora que no se dejaba y gritaba con desesperación. Sobre su hombro izquierdo, el hombre portaba otra lora, ya domesticada y casi anciana, que miraba expectante los alaridos de la primera que vivía el miedo al otro. En un momento de desesperación la lora vieja agarró con una de sus garras la cabeza de la lora chillona y la acercó al corazón del hombre, fue apenas un instante el tiempo necesario para que la lora con miedo sintiera el latido del corazón del hombre, quedó domesticada. El abrazo es el encuentro de los corazones. La ternura en las relaciones creo que debe ser parte del camino a seguir.

Nuevas palabras para describir nuevas realidades

Hace unos años, cuando trabajábamos en contra de las aspersiones aéreas del Plan Colombia, nos dimos cuenta que algunos líderes comunitarios mantenían posiciones muy duras dentro de sus familias y la tendencia sacrificial de los gobiernos era reproducida por ellos en sus núcleos familiares, donde la gobernabilidad era ejercida por ellos. Decidimos que cualquier proceso que iniciáramos no podría llevarse con la aceptación del sacrificio, fuera cual fuese, sino con la construcción de la solidaridad que recupera las celebraciones y la alegría. Por eso asumimos el ejercicio de la alegremia[5]. Un sustantivo novedoso aún, y todavía no escindido, en el que las siete “A” que le incluyen son esa mezcla de cuidado, pre-ocupación, alegría y ternura que pudieran representar estas otras masculinidades para la construcción del “Buen Vivir” en las comunidades.

Quizás desde esta mirada, más cuidadora, artística y alegre, la disminución de la tensión evite los cortocircuitos y nos ayude a aceptarnos diversos, en la construcción del concepto indígena y Andino de Buen Vivir, que requiere de la complementariedad, en la que el opuesto es nuestro complemento; reciprocidad, que exige un flujo y reflujo de generosidades; íntimamente ligado a la correspondencia entre los símbolos y realidades como un fluido de conceptos que se reconocen; para, finalmente, sostener una relacionalidad que no es solo entre los opuestos, sino con todo. Estos conceptos de la Pachasofía, o filosofía de la tierra, podrían indicarnos otra parte del camino a seguir.


Notas al pie de página:

[1]    Fleury, Sonia. 2010. ¿Qué protección social para cuál democracia? Dilemas de la inclusión social en América Latina. Medicina Social vol. 5, n° 1, marzo. Disponible en www.medicinasocial.info

[2]    Santos, Boaventura de Souza. 2009. Plurinacionalidad: democracia en la diversidad. Abya Yala, Quito

[3]    Pacientes de cáncer recogidos en el Registro Biprovincial de Tumores, una experiencia impulsada por la Clínica Ambiental y la Unión de Afectados por las actividades petroleras de la Texaco (UDAPT)

[4]    Gabriela Aguilar, quien dirige el parque botánico Los Yapas, en Pastaza, Ecuador.

[5]    Julio Monsalvo impulsa esta tendencia de “aumentar la alegría en sangre”, desde su concepción en Argentina, que incluye las denominadas 7A: abrigo, agua, aire, alimento, aprendizaje, arte y afecto/amor